Por Carolina Neira Campos

Recién llegada a esta helada ciudad sureña, comencé a buscar lo necesario para encender una rica fogata y calentarnos un poco. Nada mejor para sentirse abrigada con calor de hogar. Cuando logré mi objetivo, me senté a recordar dos fogatas que nos narra la Biblia. Ciertamente, fueron momentos que dieron satisfacción a quienes las rodeaban.

Fogata 1:

La primera se dio en el patio de los Tribunales en  Jerusalén (Lucas 22). Algunos se percataron que la noche sería helada y que valdría la pena calentarse alrededor de una buena fogata. No fue una fogata cualquiera. Hace unos minutos habían tomado preso a Jesús y era llevado para ser juzgado. Uno de sus amigos, el apóstol Pedro, lo seguía de lejos y temía que el peligro recaería sobre los seguidores de Jesús de la misma manera que estaba sucediendo con él mismo. Pedro prefirió mezclarse entre la gente y que no lo reconocieran como uno de los discípulos, por tanto, se acercó a la fogata y se calentó con los demás judíos.

La historia de Pedro nos deja muchas enseñanzas. Estuvo junto a Jesús por tres años, pudo ver sus milagros y recibir sus enseñanzas. Días antes había prometido llegar hasta la muerte si fuese necesario con tal de defender a su Maestro, pero ese día, olvidando lo que había declarado, prefirió calentarse con  extraños y negar a Jesús tres veces. Puede ser que conozcamos a Jesús hace mucho tiempo, pero en algún momento de nuestra vida hemos preferido seguirlo de lejos y que la gente no nos reconozca como uno de sus seguidores. Nos calentamos con el mundo y renegamos de Sus enseñanzas. En otras palabras, hacemos lo mismo que Pedro hizo, aunque a veces lo criticamos.

Fogata 2:

Pero la Biblia nos narra de otra fogata. Luego de la  muerte de Jesús, los discípulos deciden volver a sus quehaceres y luego de una noche intensa, vuelven a la orilla sin haber pescado nada. Un hombre les pide algo de comer, pero ellos no traían nada. Entonces les dice que echen sus redes a la derecha (Juan 21). Fue tanto lo que pescaron que las redes eran muy pesadas como para sacarlas del agua.

Cuando se dieron cuenta que ese hombre que les hablaba era Jesús, Pedro se lanzó al agua para ir donde él. Aún sorprendidos vieron una fogata preparada por su Maestro y no sólo eso: sobre la fogata había un pez y pan. Jesús le pidió que traigan de sus peces y se sirvieran. Luego de comer, se acercó a Pedro, al que le había negado, al que lo había entristecido, y le dijo: “Pedro, ¿me amas?”. Esta pregunta se la hizo en tres ocasiones. Las mismas veces que Pedro lo había negado. Y después de responder Jesús lo restaura y le encomienda un ministerio.

Tal vez, nos hemos calentado en la primera fogata, pero Dios ha preparado una segunda oportunidad para restaurar nuestras vidas. Él dio el primer paso. Encendió la fogata, preparó el desayuno y nos invita. Ahora, debemos dar el segundo paso: ir a Él con lo que traemos y presentarnos con un sincero corazón. Dios quiere restaurarnos y entregarnos una tarea especial…

Hoy es tiempo de restauración, hoy es tiempo de preguntarnos: ¿En qué fogata estamos?