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Por Carolina Neira Campos

Cuando recorremos los escenarios bíblicos y nos encontramos con la historia de Judas Iscariote, seguramente muchos de nosotros sentimos rechazo por lo que cometió. No es gratificante que nos apoden con el nombre de Judas. Su nombre lo relacionamos con traición, engaño y muerte. Y no es para menos.

El que traicionó

La vida de Judas la conocemos desde que Jesús lo elige como uno de los doce que caminarían junto a Él por tres años. Este dato no es menor cuando entendemos que Dios mismo en su omnisciencia decide sumar a uno que sabía lo iba a defraudar. Algún día se lo preguntaremos.

La traición del amigo

Judas estuvo presente en el ministerio del Mesías, incluso era de los que hacía milagros en Su nombre. Escuchó sus enseñanzas y vio cómo se repartían los alimentos multiplicados entre las multitudes. Era el encargado de las finanzas en el grupo. Cenó con Él y lo dejó para maquinar el más cobarde plan. Horas más tarde, Jesús era entregado por 30 monedas de plata a los sacerdotes para ser juzgado. Recibió la traición más dolorosa por el hombre de su paz, en quien confiaba, el que de su pan comía (Salmo 41.9). No era un enemigo el que lo reprochaba, sino Judas, que era su igual, su compañero, su íntimo amigo (Salmo 55.12-13). Judas valoró a su Maestro por una suma mínima y lo entregó, mientras que Jesús se entregó a sí mismo por nosotros, considerando necesario verter hasta su última gota de sangre por la remisión de nuestras faltas.

También traicionamos

No deben ser pocas las veces que hemos traicionado a Dios, prefiriendo nuestras propias conveniencias. Cuando una pequeña mentira nos podría salvar o cuando justificamos nuestro mal proceder culpando al amor, estamos vendiendo a Jesucristo enviándolo nuevamente a la cruz. La traición de Judas la repetimos a diario. El desenlace de Judas fue trágico. Cuando se entera de la condenación de Jesús, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes. Fue donde ellos y les dijo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó (Mateo 27.3-5). Judas se dio cuenta de su error, pero se dirigió al monte equivocado. En vez de dirigirse al Gólgota donde Jesús le esperaba, tomó el camino contrario y pasó por la puerta falsa.

Hay esperanza

Dos mil años después, Dios nos sigue esperando. A pesar de nuestros errores y desaciertos, a pesar de las veces que le traicionamos, Dios vuelve a extender sus manos y nos invita a acercarnos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4.16).

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