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Por Carolina Neira Campos

Era el jefe de hogar y se enfrentaba a una tormenta. La situación en el entorno parecía volverse cada día peor. No se veía venir una solución que calme su ansiedad. Sin embargo, reunió a su familia y decidieron esperar. Fueron largos momentos de incertidumbre y nadie les podía ayudar, pero Dios estaba ahí y de ellos no se olvidó.
Parece ser tu historia, o de alguien que conoces, pero esta vez, es la historia de Noé y su familia.

La incertidumbre de Noé

En mis tierras existen sólo dos estaciones: invierno y la segunda quincena de enero. Llueve mucho, a veces, son tormentas. Pareciera que nunca acabará; no nos queda más que acostumbrarnos y entender lo bien que le hace a las praderas. Pero Noé sabía que esa lluvia no era para regar los sembrados, sino más bien, para terminar con la maldad de los hombres. Entonces, Dios diseñó esa embarcación para cuidar de Noé y su familia. El relato bíblico nos dice que fueron 40 días y 40 noches, con lluvia ininterrumpida. Pero, no fue sólo eso. Debió pasar cerca de un año para que se secase la tierra y puedan bajar del arca.

Nuestra tormenta

Todas hemos estado dentro de una embarcación como esa. El mar ha estado muy agitado y a nuestro parecer, nunca calmará. Creemos que será sólo un mes… luego dos… y así se va alargando el dilema, sin encontrar solución a nuestro conflicto. Reclamamos al Cielo y nos quejamos. Pareciera que Dios está lejos. Y cuando parece venir la salida, exclamamos: ¡al fin!

La enseñanza de Noé

Noé, en cambio, tiene mucho que enseñarnos. Esa tormenta la pasó dentro de la palma de su Hacedor, y esperó el tiempo de Dios para salir del barco. Abrió una ventana y dejó salir una paloma. Era el momento. Finalmente, cuando pisó tierra seca, junto a sus cercanos, elevó la más dulce sinfonía de gratitud y exaltación al Altísimo: construyó un altar de adoración. ¡Cuán sublime debió haber sido! De tal manera, que Dios percibió el grato aroma que provenía de ese altar y decidió no volver a maldecir la tierra por culpa del Hombre.

Nuestra adoración

Esa adoración conmovió el corazón de Dios, y trascendió la bendición hasta nuestros días.
¿Cuál es el sentido de nuestras oraciones?
¿Son nuestros problemas una excusa para dejar de ser bendición para quienes nos rodean?
¿Cuándo fue la última vez que Dios se agradó de nuestra adoración?
Hoy es tiempo de abrir las ventanas y de construir un altar.
Hoy es tiempo de tocar el corazón de Dios e impactar al mundo con su amor.