Hola, quiero invitarte a dar un paseo en ese jardín al que nos cuesta entrar: el perdón. Cada vez que creo haber aprobado esta asignatura, me doy cuenta de que solo he sido promovida a un nuevo nivel y que debo enfrentar nuevos desafíos.
Estos últimos meses he caminado en un nuevo tiempo de aprendizaje y quisiera caminarlo contigo.
Cuando fui entendiendo lo que significa perdonar, me percaté de que no son eventos puntuales, sino un estilo de vida. Por tal razón, cada vez que pienso al respecto, uso el gerundio del verbo: PERDONANDO.
Al tratar de entender lo que Jesús quiso decir cuando le dijo a Pedro que debíamos perdonar 70 veces siete, estoy convencida de que no se refería a veces, sino a una actitud permanente de perdonar.
He pensado en hacer varias reflexiones usando el acróstico P.E.R.D.O.N.: Pensar, Elegir, Renunciar, Decidir, Obedecer y Negar. Quiero derribar algunos mitos y construir un camino para aprender a vivir perdonando.
Hay quienes te pueden aconsejar que olvides el daño y, más aún, olvides a esa persona que te dañó, sin embargo, en este primer capítulo te invito a PENSAR.
Te podría sorprender e incluso incomodar, porque es todo lo contrario a esos consejos que recibimos a la ligera.
Cuando nos caemos aprendiendo a andar en bicicleta, curamos nuestros raspones según los efectos del daño. Si nos torcemos un tobillo tratando de defender un balón en la cancha, recurriremos a otros medios para sanar la lesión. Cada herida y cada dolor se tratan de manera diferente y sus efectos también son diferentes. No podemos usar el mismo remedio para todo, ni pensar que todo nos va a afectar de la misma manera. Hay heridas que son inhabilitantes.
Por eso te recomiendo PENSAR. Primero, en el daño y qué efectos ha traído consigo. Si estás pensando que eso que te hicieron no te dañó, es el primer paso equivocado. Estás tratando de minimizar el efecto y creer que eres más infranqueable de lo que realmente eres.
Cuando un látigo toca tu piel puede romperla en diferentes niveles, asimismo una lesión emocional puede impactar en diferentes profundidades y en todos ellos querrá romper tu convicción de verdad y colocar una mentira. ¿Hirió tu identidad o tu propósito? Por eso es tan importante sentarse a PENSAR en el daño, para definir qué remedio o tratamiento deberás aplicar.
Imagina un procedimiento médico. Los asistentes de la salud identificarán la zona dañada, encenderán ese gran foco para asegurarse de tener la luz suficiente, limpiarán el lugar y colocarán medicación apropiada.
De la misma manera, parte del procedimiento ante un daño emocional será identificar el daño, traer luz de Dios, quitar las mentiras que se quieren alojar en el lugar y colocar las verdades que regenerarán la herida.
Piensa, piensa…
En segundo lugar, debemos PENSAR en la persona que nos dañó. Eso también cambia el escenario. ¿La conocíamos? ¿Cuán cercana es? ¿Qué promesas nos había hecho? ¿Lo había hecho antes?
El efecto del daño también radica en quién lo cometió. Piensa en esa persona. Sí, es incómodo, pero hazlo. No será un intento por justificarla ni enjuiciarla. Ni lo uno ni lo otro.
Pensar en esa persona no te llevará a la decisión de perdonarla o no, eso no está en discusión. Debes perdonar.
Las historias que se relatan en la Biblia sobre personas que fueron perdonadas, no ponen condición a la calidad de la persona o a lo que hizo. Solo se les perdonó.
Si piensas en tu agresor, mira a una persona herida que hiere a otro. Recuerda: Una herida, hiere; pero las cicatrices, sanan.
Necesita tanto de una medicación espiritual como tú. Si no ha reconocido sus heridas o no está dispuesta a hacerse cargo, es mejor que te alejes de esa persona al menos hasta que dé los pasos hacia su recuperación. Considera que Dios prometió estar con esa persona siempre, así que no quedará a la deriva. Muchas veces tendremos que orar para que Dios quite a las personas que no contribuyen a relaciones saludables en nuestra vida, sino que son tóxicas y enfermizas.
Nuestra lucha no es contra personas, como dijo San Pablo, y al diablo le encantará verte pelear contra un falso enemigo. Así te mantendrá con un enfoque desviado de tu propósito.
Algunos te dirán que esperes su disculpa para poder perdonar, si lo haces, estarás con cadenas en tus tobillos, quizás hasta cuándo. El perdón es una llave que tienes tú y no libera al agresor, sino a ti.
En este primer capítulo te he invitado a PENSAR, tanto en el daño como en quien lo cometió. Será el primer paso para sanar los efectos de la herida. Cuando lo hagas, invita que Dios mismo te acompañe y vaya colocando el bálsamo que necesita tu alma.
Haz del perdón, tu estilo de vida.