Jesús es Siervo
Qué contraste!! Había sido proclamado Rey, todos lo reconocían como el libertador, le hicieron reverencia, colocaron sus mantas y hojas de palmas para que pasara… y ahora se estaba subiendo las mangas y ciñendo una toalla en su cintura para expresar un gesto de servicio y amor que conmovió a sus discípulos, quienes vieron que Jesús también es siervo.
Las áridas veredas de Jerusalén y sus alrededores, obligaba a los caminantes a lavarse sus pies al entrar a una casa. Esta vez, Jesús quiso darles una lección práctica y trascendente sobre el servicio. Luego de la cena, Él mismo buscó una fuente y la llenó de agua y comenzó a lavar los pies de sus amigos de viaje. Obviamente, hubo uno que se opuso, argumentando que no era digno de tal consideración. Pero le era necesario dejarnos ese ejemplo para que hagamos lo mismo con los demás.
Antes de levantarse de la mesa, el pasaje nos relata que Jesús sabía que venía del Padre y que volvería a Él. Además, agrega, que Jesús sabía que Dios le había dado toda autoridad sobre las cosas. Esto me maravilla pues no se agachó a lavar los pies para recibir aplausos o porque no tenía plena convicción de quién era. Jesús sabía.
De hecho, Él mismo se presenta como siervo cuando dice: “¿Quién es más importante: el que sirve las mesas o el que está sentado? Yo estoy entre ustedes como uno que sirve” (Lc.22.27). No tenía problema con ese “título” y nos dejó la misión de hacer lo mismo con otros.
El mismo sentir…
Por tal razón, el apóstol Pablo nos confronta a tener el mismo sentir que Jesús, quien siendo Dios y Rey, se despojó a sí mismo y se hizo siervo por amor a nosotros. (Filipenses 2.5).
Como vemos, Jesús no sólo se autoproclama siervo, sino actúa como tal. Así como lo dijeron los profetas 700 años antes de que Jesús viniera a la tierra.
Su obra de servicio permaneció incluso en sus últimos suspiros, mientras pendía de la cruz. No era cualquier siervo, sino uno obediente que se ofreció para sufrir la peor muerte de la época.
Pedro no podía entender cómo su Maestro se había inclinado a realizar esa, quizás, indigna tarea. Jesús le explica que era necesario para poder estar con Él. ¿Cuándo fue la última vez que nos dejamos “lavar los pies” por Jesús? ¿o, dicho de otra manera, cuándo fue la última vez que dejamos que lavara las mentiras de nuestra mente y la transformó por completo?
A eso vino Jesús, no tan sólo a salvarnos con su muerte y resurrección para tener una vida eterna con él, sino que vino a darnos dignidad incluso en lo más indigno de nosotras para que podamos vivir una vida plena.
Cierra tus ojos, extiende tus pies, Jesús se ha atado la toalla a la cintura para bendecirte y decirte cuánto te ama.