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Por Carolina Neira Campos

Qué hermoso es recibir una carta!!! Pero hay cartas y cartas… cuando llegamos a la casa y encontramos un manojo de sobres, nos intriga descubrir lo que estamos recibiendo. Pero a veces, sólo son recordatorios de deudas o incluso noticias que nunca quisiéramos recibir.

Una carta para Tesalónica

El apóstol San Pablo escribió muchas cartas todas con un lenguaje de gracia y firmeza. Debió amonestar a varios que no estaban conduciéndose como era debido a un creyente. Pero también les escribió a algunos a quienes les reconoció sus cualidades sublimes y poderosas. Consideró oportuno expresarles su admiración a través de una carta. Fue así como se dirigió a los de la iglesia de Tesalónica:

«Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros, haciendo mención de vosotros en nuestras oraciones; teniendo presente sin cesar delante de nuestro Dios y Padre vuestra obra de fe, vuestro trabajo de amor y la firmeza de vuestra esperanza en nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 1.2-3)

Tres características notables

Pablo estaba reconociendo tres características de esta iglesia que no pasaban desapercibidas. Tanto era así que daba gracias a Dios por ellos y hoy nos alienta a practicarlas en nuestras comunidades:

a) Obra de fe:

Los tesalonicenses habían cambiado su manera de vivir y se habían convertido de los ídolos a Dios (v.9). No como un acto meramente racional sino que incluyeron el ingrediente de la fe. Esa fe que los hacía mirar más allá de lo que sus ojos podían. Esa fe que les hacía creen en Quién los había llamado. Entendían que“sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11.6). Merece la pena leer lo que Pablo les escribe a los corintios, de cómo vivir por la fe: “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (1 Corintios 4.18).

b) Trabajo de amor:

No eran perezosos. Se dedicaban a sus labores sirviendo al Dios vivo y verdadero (v.9), a Aquél que los amó primero. Por tal razón, podían amar a quienes los rodeaban. Jesús mismo enseñó este mandamiento:“que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado” (Juan 13.34). Cada vaso de agua, cada palabra de aliento, cada esfuerzo por pregonar las verdades del Reino, fue hecho con el amor que habían recibido del Padre. Sabían que Dios no es injusto para olvidar la obra de ellos y el trabajo de amor que habían mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos (Hebreos 6.10). Jesús quería que así fuesen conocidos entre la multitud: “En esto conocerán todos que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.”(Juan 13.35)

c) Esperanza firme:

Pablo recalca la firmeza o constancia que tenían para esperar la venida de Dios (v.10). No es fácil esperar, la vida nos lleva en un tubo vertiginoso que nos hace correr de un lado a otro todo el día. Nos muestra luces de neón que despista nuestro propósito. Sin embargo, es esta esperanza la que asegura nuestra inmortalidad (Hechos 24.15); es el ancla segura del alma (Hebreos 6.18-19); se fundamenta en la resurrección de Cristo (1 Pedro 1.3); y, anticipa la venida de nuestro Salvador (Tito 2.13).

El apóstol hace mención a tres acciones pero las acompaña de sus correspondientes adjetivos, es decir, no podía ser cualquier obra, ni cualquier trabajo, sino era claro que había un aditivo especial en cada uno de sus pasos.

Eso no era todo…

Si seguimos leyendo la carta, Pablo reconoce que sus acciones han llegado a ser conocidas por regiones lejanas, de tal manera que ni siquiera ha sido necesario hablar de ellos pues sus obras les anteceden (1 Tesalonicenses 1.8). Qué hermoso sería que antes que lleguemos a un lugar, ya supieran de nuestro testimonio y que no sea necesario hablar sino que las obras nos lleven ventaja.

Pero, ¿cuál era el “secreto” de los tesalonicenses para conducirse así?

En la misma carta, Pablo lo explica cuando les dice:

«Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibisteis la palabra de Dios, que oísteis de nosotros la aceptasteis no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en vosotros los que creéis” (1 Tesalonicenses 2.13)

Y nosotras qué?

Es momento de preguntarnos si al recibir la palabra de Dios lo hacemos como palabra de hombres o como lo que realmente es? Si queremos que las Escrituras nos inspiren y haga su obra en nosotros, debemos aceptarla como la VERDADERA VOZ DE DIOS para nuestras vidas. Así como Pablo le dice al joven Timoteo: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra” (2 Timoteo 3.16-17)

Hoy, dispongámonos a creer que Dios nos está hablando y que nos pide que agreguemos a nuestros pasos fe, esperanza y amor; estos tres, pero el mayor de ellos es el amor (1 Corintios 13).

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